Santo Domingo - Falleció este lunes a eso de las 6:45 de noche Candido Bidó, destaco representante de las Artes Plasticas, a causa de un paro cardiorespiratorio, tras ser ingrasado el pasado domingo en el Centro de Medicina Avanzada y Telemedicina (CEDIMAT), en la Plaza de la Salud.
Nació en Bonao, hace 74 años, de los cuales dedicó más de 50 a pintar el rostro moreno de la mujer nuestra, el plumaje apacible de nuestros pájaros, el naranja luminoso de nuestro sol, el azul de las montañas, de la Villa de las Hortensias.
Lo hizo con tanto amor, que le bastó para superar la pobreza material en que había nacido, y alcanzó para tenderle la mano a quien más necesitaba, los infantes y adolescentes de su natal Bonao.Su mayor sueño fue la Plaza de la Cultura de Bonao - Museo Cándido Bidó, proyecto al que dedicó más de 25 años de su vida, y que a pesar de su incansable labor, no ha sido concluido, aunque sus frutos son diversos y abundantes.
Decenas de jóvenes han logrado cambiar su destino en las escuelas de arte de la Plaza de Cultura de Bonao. Pintores, dibujantes, escultores, músicos, bailarines, en fin, artistas en cualquier área de las artes plásticas han surgido de allí, contribuyendo a evitar que muchos de esos muchachos hoy, eventualmente, formaran parte de las estadísticas delincuenciales de la provincia.Indudablemente que Cándido Bidó es el artista de mayor renombre en la plástica dominicana a nivel internacional.
Estados Unidos, Japón, Alemania, España, Francia, Italia, Arabia Saudita, Emiratos Árabes, Israel, en fin, gran parte de los principales países del mundo, acogieron y celebraron la obra de Bidó.
Su azul del Caribe se paseó vibrante por famosas salas, y reposa en las más importantes colecciones de particulares y en los más exigentes museos de las capitales de esas naciones. Su obra llegó a convertirse en un icono de la pintura, no sólo la dominicana, si no de la caribeña, pues en cada exposición la crítica destacaba el azul del caribe, la candidez de sus rostros morenos, de sus ojos profundos e inocentes, de sus pájaros mansos y coloridos.
Quien esto escribe acompañó a Bidó en la importante muestra que realizó en la Casa de las Américas, en Madrid, 1995, y quedó impactado de la cobertura y gran admiración que tenía el público y los medios europeos por su obra.
En la noche inaugural había periodistas, camarógrafos, críticos de Francia, Italia y Alemania, que habían viajado con el solo propósito de cubrir dicha exposición. Debió dedicar casi dos horas a las entrevistas para la televisión y los diarios de esos países.
Pero nada de esto alteraba su sencillez, su sonrisa franca y el amor por las cosas simples. Cuando todo esto terminó, obvió invitaciones de funcionarios y personalidades allí presentes, en cambio, prefirió caminar y tomar alguna copa de vino, a la vista de la Cibeles, charlar un rato con su esposa, doña Modesta, su hijo José Luís y algunos amigos. Nada de oropel, nada de poses.
Cándido nos deja un legado de gran dimensión a la cultura y el arte de nuestro país. A partir de este momento su talento y su trabajo serán redimensionados. Al morir, su sueño seguirá creciendo en cada muchacho que tome el carboncillo o el pincel, el cincel o el piano en los salones de la escuela que él deja.
Seguirá vivo en cada visitante que ingrese al Museo Cándido Bidó en Bonao y aprecie los inmensos murales, las pinturas de grandes o pequeños formatos, las cerámicas, el color que estalla por cualquier rincón.Cándido se ha marchado, y ahora pintará en el cénit, mirará desde allí su obra, y seguro su sonrisa aparecerá a menudo, en las tardes nubosas y frescas del Valle de las Hortensias, satisfecho de su paso por esas tierras.
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